domingo, 31 de agosto de 2008

El día y tu recuerdo

El día emerge de su lecho de sombras, renace el sol desde su tumba ardiente volteando la puerta de los segundos matutinos. Se dibujan sombras proyectadas sobre la superficie terrenal que me sostiene.
Mis ojos capturan los esbozos que el destino caprichoso se encarga de trazar y mi mente desespera.
Entre mi tiempo y la nada, cruza el pálido reflejo de una vida inconclusa, que se funde en el eco de la frase que pronunciaste alguna vez; corriente sombría de silencio que nace de las ruinas de gritos olvidados y humedece las costas del mar de mi pasado.
El día y tu recuerdo, emergen de su lecho de sombras… y yo me ahogo en las aguas de mi propia nostalgia, para renacer mañana… junto al día y tu recuerdo.

María Julieta Salusso

Nace un poema III

Lentamente se pone de pié y se trepa con cautela… Hasta llegar al borde filoso del depósito esquelético que alberga mis pensamientos. Y fluye, se pasea erguido sobre la blanca planicie que ahora lo acoge en su territorio.
Ya no me pertenece como antes. Será de los ojos que lo apresen y de las mentes que lo desmigajen hasta hacer el análisis más absurdo de aquello que salió de mí. Pero no me importa. No. Me tiene sin cuidado lo que las mentes encogidas piensen de mis escritos. Al fin de cuentas son míos y emergen desde lo más profundo de mis entrañas.
A veces… Disfrazo de letras mis más recónditas ideas, otras veces… Solo las dejo deambular en el estridente páramo de mi imaginación.

María Julieta Salusso

Nace un poema II

En el boceto concéntrico de una voz que se ahoga con su propio palpitar, descubro el eco de un poema que resuena desde lo más oculto de mis aturdidas entrañas y se abre camino en este mundo… El de mis propios desvelos.
En el intangible cuerpo de palabras mudas te dejas oír y avanzas… Junto al compás decadente de sinfonías inconclusas, para volverte palabra y echar raíces, en el fértil territorio de mi apabullada mente.

María Julieta Salusso

Nace un poema I

La oscura boca nocturna lame con cautela las costas de la mañana que se aproxima. Se traga los fragmentos de segundos que serenamente se despojan de sus vestidos noctámbulos.
Un poema se desvanece al son de la silente oscuridad; se deshilachan los últimos jirones de la noche que, tímidamente, se precipita desde la cresta de los rincones vacíos.
Las palabras rebotan contra los tímpanos erguidos que en vano se resisten a escuchar y hurgan en los oídos cansados, una y otra vez.
En mi mano desnuda vibran los versos que germinarán sobre la planicie inmaculada de este papel gastado.

María Julieta Salusso

El residuo de lo que no está

Luego queda el vacío. Restos de presencia de quien ya no está.
La imagen ausente se aferra con fuerzas; se cuelga de los bordes del espacio incierto que la ignora, que niega su figura en este mundo.
Yo busco (sin encontrar), las migajas de palabras que se esfuman y dispersan en este espacio, en esta dimensión confusa que me circunda.
Tu rincón quedó vacío. La ausencia cruel de tu cuerpo enfrió las sábanas que ayer te rozaban.
¿En qué lugar encuentro tus miradas? ¿A dónde tropiezo con la tibieza de tu ser que ya no está?
Te tragó el destino. Ya no ocupas el lugar que se te había ordenado. Tus partículas carnales se esfumaron, solo quedó la ráfaga de tu existencia haciendo el eco absurdo que a diario conforma a mi razón.

María Julieta Salusso

Maltrato

Un sonido terriblemente agudo, me silva en la oreja, impacta con sus finos y punzantes aguijones perforando mis arrollados tímpanos… y avanza, se da permiso para alterar mis esquemas mentales. Me confunde
¿Qué cruel barrera determina el grado de sonoridad? ¿Con qué derecho las audaces ondas sonoras atentan contra mis sentidos?
El pensamiento se me vuelve eterno. Rebota una y mil veces en el interior de mi cerebro, enunciando claramente en su eco la incógnita de mis desvelos… ¿A qué lugar se dirigen los sonidos después de herir y abofetear a mi percepción acústica?

María Julieta Salusso

Cronica de tu final

Se te resbala la fuerza, lentamente se deja caer sobre la cama de la espera. Ya casi no aprisionas con tus ojos los esbozos del mañana.
El futuro te cierra la puerta y te muestra su espalda; espalda inflamada, hinchada y cortada por las filosas cuchillas de un final que se aproxima.
Tu cuerpo, pausadamente, emana los últimos suspiros de vida; vida que se acaba sin contratiempos.
Tu presencia se vacía, el alma te abandona para poblar el espacio destinado a los espíritus…
Solo queda una masa de carne sin vida y desprovista de calor, desparramada por la cama.

María Julieta Salusso

La caída de Martha

Todos dicen que venía trastabillando desde lejos, que ni Cristo la hubiera frenado ¡qué barbaridad! ¡pobre mujer! ; Cuando yo la vi, ya estaba desparramada por el suelo. A su alrededor se podían observar las verduras tiradas. Al parecer, venía de hacer las compras.
Era una calle sin pavimento, por lo cual, siempre se juntaba guadal; de manera que la pobre, estaba irreconocible (totalmente cubierta de polvo)… Y la cara, para qué contarles que la cara era un solo manchón oscuro, donde se resaltaban las bolitas de los ojos, los dientes y los surcos que se marcaban en las mejillas por las lágrimas que fluían sin parar. Sí. Lloraba mucho, miraba a su alrededor los huevos rotos, los tomates aplastados… Y no era para menos, a nadie le gustaría dar un espectáculo semejante en la calle central se un pueblo…
Bueno, en fin, esa fue la mañana del cumpleaños de Marta. No cualquiera lo festeja con un porrazo.

María Julieta Salusso

Antonia

Su cara se percibía desde lejos, por detrás del cristal de la ventana. Creo que Antonia era su nombre.
Tenía el cabello corto y prácticamente blanco, la cara poblada de huellas del tiempo. Siempre vestía de negro, quizás era eso lo que tornaba su figura aún más misteriosa… No se, pero no podía dejar de observarla; su presencia me resultaba enigmática.
Era mi vecina… Cuando de noche salía a la vereda, disimuladamente miraba de reojo y ahí estaba: parada detrás de su ventana con la mirada clavada en mí, urdiendo su hechizo. Bueno, eso era lo que yo pensaba en aquel momento…
Hoy cuando recuerdo mi infancia, no puedo dejar de sentir nostalgia por Antonia y su oscura y fantasmal silueta tras el cristal.
Todos mis amigos decían que era una bruja… Cosas de niños. La pobre mujer, noche a noche, agonizaba: masticando su propia soledad.

María Julieta Salusso
3º Premio concurso de cuentos "Proyecto Expresiones" - Marzo de 2008

Dias de circo

Era todo un acontecimiento. Quedábamos hechizados al ver pasar la colorida caravana frente a nuestros cuerpos inmóviles. En los pueblos pequeños, la llegada de un circo significaba un corte en la rutina y la asistencia al espectáculo, definitivamente era obligatoria.
El hecho de ver los preparativos desde la vereda de enfrente, sin lugar a dudas, generaba muchas expectativas. Para todos nosotros, esta “gente rara”, vivía en un pequeño mundo mágico (la carpa), donde todas las ilusiones se hacían realidad.
Aún me parece escuchar el sonido que las monedas inquietas producían en los bolsillos de los que hacíamos la cola para sacar la entrada.
Nos quedaba un sabor amargo y la tristeza del abandono se respiraba durante muchos días, luego de la partida de los artistas viajeros.

María Julieta Salusso

Casi a la madrugada

Caían ya las primeras gotas. La noche estaba emergiendo lentamente desde la enorme concavidad del universo, la oscuridad característica del momento, coloreaba segundo a segundo todo el espacio sideral.
La cornisa del viejo centro comercial lo resguardaba. Lo protegía del agua que se empeñaba en mojarlo y hacerle sentir una vez más escalofríos en el cuerpo.
Las noches de invierno eran muy crueles, sobre todo para los más pobres.
El frío y el agua, se filtraban sin piedad por cada fragmento del grueso cartón que lo cubría. El escenario nocturno se reducía a la solitaria vista panorámica del lugar y la danza que los plátanos desnudos realizaban guiados por el viento… ¡qué ironía! las altas y oscilantes formas vegetales, al igual que Pedro; yacían bajo el capricho torrencial de la naturaleza.
Pedro aguantaba, ya estaba acostumbrado. Esta sensación no era nueva. La vida no había sido demasiado buena con él… ¡tantas veces había permanecido bajo la lluvia esperando que alguien tuviera piedad de su desdichada existencia!
Hubiera querido para él muchas cosas… formar una gran familia había estado en el puesto numero uno de su lista de deseos; quizás porque prácticamente se había criado solo, con un padre violento y una madre ausente que no hacía más que traer hijos al mundo sin ninguna responsabilidad.
A los doce años Pedro había huido del precario lugar donde vivía con el objetivo de ser alguien en el mundo… lo aturdía la idea de seguir los pasos de sus progenitores.
Muchas veces había intentado ganarse la vida decentemente. Aprendía rápidamente cualquier oficio. Quería trabajar… pero lamentablemente en este mundo en que vivimos, el que no tiene estudios y una pila de antecedentes positivos, buena presencia y qué se yo cuantas cosas más, queda fuera del sistema. Esto le había pasado a Pedro.
Los años le habían transitado por encima dejando surcos bien marcados en el rostro, blanqueando la oscura cabellera y dándole un lento acompasar a sus movimientos. Y allí estaba, prácticamente como al principio; con sesenta años en los bolsillos, solo y sin ningún objetivo cumplido. La única riqueza con la que ahora contaba, era el capital de la experiencia que le habían dejado los tiempos vividos. La belleza de los mil amaneceres observados. El aroma que el viento le robaba a las flores y dejaba en su nariz. Las noches dormidas a la luz de la luna. En fin, de alguna manera, así como tenía reproches que hacerle a la vida, Pedro consideraba que era más lo que tenía por agradecer. A pesar de su pobreza, se consideraba un privilegiado. No toda la gente se detiene a disfrutar de la simpleza de las cosas, de las maravillas que día a día la naturaleza nos ofrece gratuitamente.
Muchas preguntas retumbaban en su cabeza. ¿Quién decide el lugar y el momento en el que nacemos? ¿Por qué algunos tienen la vida prácticamente resuelta desde el principio y otros vagamos por el mundo sufriendo hambre, frío y todo tipo de necesidades?
Pedro increíblemente era feliz. A pesar de haber tenido una vida tan carente de todo lo material y tan solitaria, era una persona de buenos sentimientos. Más de una vez, lo vi compartiendo su escasa comida con el amigo que lo acompañó durante tantos años. Un perro de la calle que era su única fuente de calor para las noches de frío y la única presencia viviente que lo escuchaba durante horas, cuando se le daba por hacer un recuento de su existencia.
Las gotas de lluvia rebotaban fuerte contra la superficie de los viejos y deteriorados baldosones. La fuerza del agua al impactar contra los charcos dispersaba gotas por todos los rincones.
La mirada de Pedro se perdía ante el magnífico espectáculo que le estaba brindando la naturaleza.
En la vereda de enfrente los árboles seguían ofreciéndole aquella extraña danza guiados por el viento. Se acariciaban, subían y bajaban despojados de sus hojas, con sus finas ramas desnudas. No paraban de mecerse al compás de la sinfonía ejecutada por el viento. El sonido de las gotas se asemejaban a calurosos aplausos que no cesaban de alentar al cuerpo de bailarines… ¡qué grandioso espectáculo!
La noche estaba bastante avanzada, las calles deshabitadas de presencia humana dejaban correr lentamente el agua que se acumulaba en la superficie. Pedro, recostado contra la pared y cubierto con el cartón mojado, no dejaba que nada pasara inadvertido ante sus ojos. Temblaba de frío. Aguardaba expectante la venida del amanecer; le gustaba observar la llegada del día, sobre todo, cuando estaba lloviendo; juraba que tenía un encanto único. Era como un solemne ritual donde la vida lavaba y purificaba todo lo malo.
Casi a la madrugada, el sueño eterno lo sorprendió.

María Julieta Salusso

Ese lugar - Un universo

Hacía unas pocas horas que había amanecido en la ciudad. Ana despertó y dando un salto se despojó de las sábanas. Tomó el jeans y la camisa blanca que había preparado la noche anterior con motivo de estar lo mas presentable posible para su primer entrevista laboral. Su desayuno fue más a prisa que de costumbre; los nervios y la ansiedad trepaban por sus piernas hasta apoderarse poco a poco de su cuerpo. Muy adentro de su ser palpitaba la convicción de que ese día sería diferente, que sucedería algo de gran importancia para su vida.
Tomó la cartera, las llaves... y se entregó a los acontecimientos del día.
Caminaba apresurada por la calle San Martín; el sol proyectaba sombras definidas por la vereda; numerosos pensamientos flotaban por el aire hasta estrellarse en su cabeza. Faltaba un cuarto de hora para definir su futuro laboral.
Todo lo simple sucedía en la vida de Ana sin que le prestara mayor importancia.
Caminaba por la vereda de la plaza, de pronto un marcado y penetrante olor sumado a un ruido desconocido centraron su atención; comenzó a girar la cabeza para todos lados hasta que descubrió que los árboles estaban repletos de golondrinas... absolutamente todo el universo estaba allí ¿cómo pudo pasar tantas veces por el mismo lugar sin haberlas descubierto?
En sus ojos fermentaba la imagen de estos pequeños seres de plumaje oscuro y en su pensamiento miles de preguntas sin respuestas.
Cuántos secretos y misterios guardarán sus pequeñas alas. Cuántos trocitos de cielo albergarán sus ojos. Cómo van y vuelven encontrando el camino de
regreso. Qué maravilla poder sobrevolar infinitas distancias...cualquier
humano en su lugar se sentiría el dueño del universo.
La bocina de un auto la trajo de regreso a la realidad de su vida; miró el reloj y comprobó que el tiempo la había traicionado, no se había hecho presente a su entrevista y habían pasado mas de tres horas.
Una angustia oprimió su pecho hasta transformarse en alegría. No había podido definir su futuro laboral... pero había alimentado su alma y había descubierto que el universo entero se encuentra a la vuelta de cualquier esquina.
María Julieta Salusso

El tesoro

Allí estaba otra vez sentada. En aquel banco, en la misma plaza de su infancia; en esa ciudad donde la gente estaba siempre ocupada, apurada; donde nadie se permitía disfrutar del aroma de las flores, del sonido que el viento ejecutaba en las hojas de los árboles, ni de la silueta que las nubes dibujaban en el horizonte.
Allí estaba, con un puñado de recuerdos en el bolsillo. Los surcos en su rostro delataban el paso del tiempo y su mirada perdida advertía la intención de capturar la imagen que noche a noche desvelaba sus sueños. Parecía no importarle un pequeño detalle “el tiempo”, sí. Se estaba acabando su tiempo.
El olor era el mismo, profundo y penetrante; capaz de envolverla, de seducirla y hacerla pensar que ese momento no era real, que sus sentidos le estaban jugando una mala pasada.
El sol castigaba los hilos grises y desteñidos que alguna vez habían lucido azabache y que la astucia del tiempo se había encargado de robarle el color y la gente que pasaba la miraba de lejos, nadie parecía entender el verdadero valor de las pequeñas cosas que habían colmado su vida y que le habían mostrado el costado dulce y colorido de sus días. Su pensamiento se conducía por el túnel del pasado sacudiendo recuerdos como éste...


“Era un día de sol como tantos otros. Sentadas en el banco de la plaza su abuelita le contó una historia; se trataba de golondrinas, de esas pequeñas aves migratorias que realizaban semejantes viajes.
Al ver su cara de asombro, luego de terminar con el relato le dijo.-¡mi niña! si levantas tus ojos verás un tesoro. Y allí estaban...oscuras y pequeñas, ilustrando los árboles de enfrente... no podía creer que seres tan pequeños fueran capaces de recorrer cada año miles de kilómetros. Quedo tan maravillada que desde ese día sería la espectadora número uno de semejante espectáculo que le brindaba la plaza de su ciudad”.


El ruido de los autos y el murmullo de la gente penetraban en sus oídos hasta instalarse en lo más profundo de su ser. El viento acariciaba su perfil como en otras ocasiones y en ese mismo lugar. Una y mil veces levantó su mano para secar su rostro humedecido por las lágrimas que se desplomaban de sus ojos. La vida se le resbalaba lentamente por la espalda; sabía que sería la última vez que ese banco soportaría el peso de su cuerpo siendo testigo de tantos suspiros de felicidad.
La paz inundaba cada rincón de su alma. Quería respirar todo el olor posible, deleitarse como nunca, vivir ese momento como el más intenso de su vida.
Había pasado toda la tarde en el mismo lugar observando el panorama de su niñez; las oscuras y pequeñas aves parecían alejarse y esfumarse en un punto lejano; tubo la sensación amarga de estar a la orilla de la vida. A su alrededor el aire se endurecía y lentamente la sumergía en un mar de incertidumbre. Comenzó a sentir frío... sus párpados se inmovilizaron, los latidos de su corazón quedaron en suspenso, su cuerpo se dejó caer como por arte de magia...aún no acababa de observar el espectáculo cuando la muerte la sorprendió.

María Julieta Salusso